viernes, 25 de septiembre de 2015

De lo simple y lo complejo. Viernes simple.

entrecruzan sus caminos. A veces lo aparentemente sencillo es profundamente complejo. En otras ocasiones, lo que a simple vista parece complejo,tiene una explicación muy sencilla.
El cerebro es, probablemente, la estructura más compleja del universo conocido. Por ello, los científicos se han impuesto el reto de su estudio a fondo durante este siglo, con el fin de tratar de comprender su funcionamiento.

La tarea parece imposible, entre otras cosas porque, como reza un pensamiento anónimo, si el cerebro humano fuese tan simple que pudiésemos entenderlo, entonces seríamos tan simples que no podríamos entenderlo.

Nuestra mente suele sentir una especial atracción por lo simple, quizás porque nos da una cierta pereza mental malgastar nuestro tiempo en pensamientos complejos.



De esta manera, nos resulta más sencillo expresarnos con oraciones simples que con oraciones compuestas y rebuscadas, calculamos mejor nuestros beneficios con un tipo de interés simple que con uno compuesto, metabolizamos mejor las proteínas simples que las compuestas, entendemos mejor las formas verbales simples que las compuestas, o preferimos la sencilla ecuación de Einstein a las complejas fórmulas de la física cuántica.


Además, nuestras herramientas principales de comunicación de hoy en día (twitter, whatsapp) nos invitan a simplificar los mensajes, reduciendo su redacción a la mínima expresión.

Igualmente tenemos la falsa simplicidad de las construcciones modernas, o de la pintura moderna, o incluso de la publicidad, que pretende encerrar en un mensaje simple todo un complejo despliegue de atracción subliminal.



Parece que también en el ámbito de la política los políticos intentan enviar mensajes simples, que calen en la población. Según John Berger, “Primero que nada, distinguir entre ser simple y simplificador. Simple tiene que ver con reducir o ser reducido a lo esencial. Mientras que la simplificación es usualmente parte de una maniobra en alguna lucha por el poder”.

Incluso nos encontramos con políticos al frente de gobiernos, con mentes tan simples que son incapaces de manejar problemas complejos. Algo tan simple como reunirse con otros representantes de los ciudadanos y llegar a acuerdos que beneficien a todo el mundo les resulta de lo más complejo y poco menos que imposible.



Y en ocasiones deciden que, a través de una simple votación, se dirima algo tan complejo como el futuro de un pueblo. Un simple voto, que otorgue una mayoría simple, absoluta o cualificada, puede determinar algo tan complejo como supone el levantar una frontera en el mapa, o el mantener el status quo vigente.

Y es que, sin duda, lo simple y lo complejo se encuentran sin duda entrelazados, y es difícil discernir la verdadera esencia de las cosas. Por ello, a veces sentimos fascinación por lo complejo, bien sea porque acertamos a entender las reglas que se esconden en dicha complejidad, o quizás justo por lo contrario, por la admiración que nos causa una obra que no conseguimos comprender del todo.


Así, nos cautiva la complejidad de los cuadros de Dalí, la escritura de García Márquez, o las fachadas churriguerescas de Salamanca, antes que un cuadro de Mondrian, un cuento de los Hermanos Grimm o un edificio de Alvar Aalto, por ejemplo.

En nuestro mundo cotidiano, estamos rodeados de diversos ejemplos de complejidad que aceptamos sin problemas: complejos industriales, moleculares, vitamínicos, deportivos, residenciales, petroquímicos, turísticos...


Pero tampoco todo lo complejo es beneficioso. Tenemos los complejos psicológicos, que tratan sobre conductas generalmente reprimidas y asociadas a experiencias o percepciones que tiene el sujeto de sí mismo, y que condicionan su comportamiento: complejos de culpabilidad, de inferioridad, de Edipo, de Electra, persecutorios.

Ante todo esto, quizás deberíamos concluir que al cerebro le gusta tanto lo simple como lo complejo, pero todo en su justa medida, sin excesos. Nuestro interés decrece significativamente cuando algo es tan simple que no nos aporta nada, o cuando algo es tan complejo que no conseguimos aprehenderlo. Como dirían nuestros abuelos: en el término medio está la virtud.


Un ruego para este fin de semana: ¡simplemente disfrutad sin complejos!




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