viernes, 28 de octubre de 2016

Las heroínas del río Rojo

El delta del Hong Ha, el 'río de la Madre', era una inmensa planicie extraordinariamente fértil, en la que su pueblo, los descendientes de los cien hijos del dragón y del hada, había vivido en paz durante milenios.
Bahía de Ha LongEl temblor de la tierra era tan acusado que apenas si tenía que agacharse para recoger las piedras. Venía provocado por el estruendo de los tambores que comandaban las tropas, y su notoria cercanía les indicaba que debían darse prisa en llenar los sacos.

Desde aquel mirador, Trung Nhi podía admirar la espectacular extensión del delta del Hong Ha, el 'río de la Madre'. Era una inmensa planicie extraordinariamente fértil, en la que su pueblo, los descendientes de los cien hijos del dragón y del hada, había vivido en paz durante milenios.

Los dioses de la tierra, el agua y el sol habían bendecido el país de los Lac, Nam Viet, encajado entre las montañas, la selva y el mar, y le habían provisto de una abundante pesca y de pródigas cosechas de arroz desde el inicio de los tiempos.

De niñas les gustaba mucho venir a jugar a aquel sitio. Mientras observaba cómo tomaba guijarros de distintos tamaños, pensó que no era capaz de recordar un solo instante en que su hermana no hubiese estado presente, de una forma u otra.

Eran hijas del prefecto del distrito de Me Linh, y como tales habían recibido una buena formación. Su padre pertenecía a la vieja aristocracia local, y era muy querido y respetado por la población, que reconocía sus desvelos por aliviar la creciente presión impositiva, y por aplacar la tiranía de los invasores. Su madre estaba igualmente comprometida con el pueblo, y les había inculcado el amor y la misericordia por los demás.

No obstante, ellas también habían sido ampliamente instruidas en el arte de la guerra por parte de su padre. Manejaban como nadie la espada, y dominaban perfectamente la táctica y la estrategia militar. Nunca imaginaron lo útiles que les resultarían aquellos conocimientos más adelante.

De pequeña, Nhi soñaba con ser juez, comerciante o navegante. Su hermana Trac, por el contrario, mostró siempre una fuerte inclinación por la política y el combate. Sin embargo, lentamente, las libertades de las que gozaban las mujeres se iban recortando, debido a la estricta estructura patriarcal que se instauraba paulatinamente.

Valle del río RojoEl bac thuoc o 'sometimiento del norte' duraba ya siglo y medio, desde que el gran imperio del río Amarillo les invadió. Fue imposible oponerse a la ocupación de las gentes de Han, que querían dominar el estuario del Hong Ha o 'río Rojo', como ellos lo denominaban, un emplazamiento muy preciado para su expansión mercantil por el sur del continente.

Desde entonces, los conquistadores se habían contentado con designar a sus taishous o gobernadores, que supervisaban a los líderes autóctonos, implantaban sus tributos, y poco más. Los Lac disfrutaban de un alto grado de independencia cultural y política

La situación se había mantenido estable durante varias generaciones. Pero con la llegada al poder del emperador Guangwu se había acrecentado la presión sobre la nativos. Los funcionarios mandarines de la comandancia comenzaron a subir los impuestos, monopolizaron la producción de sal y hierro, y expropiaron las tierras a muchos agricultores.

Tampoco la nobleza nativa de Nam Viet se salvó de la opresión, pues el soberano abrigaba la intención de reemplazar de manera gradual a los señores feudales por burócratas leales a su persona.

Aunque el principal problema era que los Han aspiraban a imponer sus costumbres, su sistema educativo, su lengua e incluso su religión en las regiones periféricas del imperio, como era Nam Viet. Para ello, pretendían romper la histórica estructura de clanes de los Lac y sustituirla por una sociedad patriarcal constituida por familias de matrimonios monógamos, más fáciles de controlar fiscalmente.

A Nhi no le agradaba el nuevo culto oficial a Confucio, ni el papel que el credo de los invasores les adjudicaba a las mujeres. Los cánones de la dinastía Han proponían una mujer perfecta, con cintura delgada, piel pálida y pies pequeños, obediente y sumisa, al exclusivo servicio de sus maridos y familiares. Según la teoría del yin y el yang, éste último se relacionaba con la potencia masculina, considerada de superior rango que el yin, asociada a las mujeres, que quedaban relegadas a la administración de los asuntos domésticos y a la crianza de los hijos.

Ante tal coyuntura, los señores que todavía ostentaban el cargo de dirigentes de las ciudades de Nam Viet, se reunían a menudo con el fin de intercambiar pareceres y consensuar una política de actuación para desligarse del yugo extranjero. Fue en una de las visitas que les hizo el prefecto de Chu Dien, íntimo amigo de su padre, cuando su hermana Trung Trac conoció al que iba a ser su esposo, el apuesto Thi Sach.

Las hermanas Trung al frente de las tropasNormalmente los casamientos se arreglaban entre las familias. Mas en este caso concreto no hizo falta, ya que desde el primer segundo surgió una fuerte atracción entre ambos. Además, con esta unión de los hijos de dos importantes clanes de militares opuestos al sometimiento, afloraba una ligera esperanza para la población de librarse de los usurpadores.

La boda de Trac fue un acontecimiento excepcional para Nhi, tanto por la emoción que suponía ver a su hermana tan feliz y radiante, como porque en los esponsales conoció a Zhang. Venía acompañando a un notable mercader Han, invitado por Thi Sach. Enseguida se enamoró de aquel atractivo forastero, si bien desde un principio la relación se le antojó un tanto imposible.

Él se ausentaba durante largas temporadas, recorriendo la gran ruta comercial hacia el occidente, con sus cargamentos de piedras preciosas, seda y especias, que canjeaba por oro y plata procedentes de un remoto imperio. A su regreso, Nhi se pasaba jornadas enteras escuchándole describir las maravillas que había descubierto en sus viajes. Pero la delicada atmósfera se volatilizaba en cuanto debatían de política y de las disensiones entre sus dos pueblos.

Un buen día dejó de visitarla. Nadie tenía noticias suyas. Nhi jamás supo si tuvo algún contratiempo en sus expediciones, si se había encariñado de otra mujer, o si las discusiones entre ellos le habían alejado definitivamente de su lado.

De su amor solamente conservaba un magnífico collar de jade que le regaló en una ocasión, y que siempre llevaba consigo. Se desprendió de él con infinita tristeza, y lo depositó en el saco, junto con el resto de piedras.

Lo cierto es que, durante los últimos tres años, casi no había tenido tiempo de añorarle. Todo empezó el día que ajusticiaron a su cuñado. To Dinh, el sangriento gobernador de la provincia de Giao Chi Quang, que era el nombre con el que los extranjeros llamaban a su tierra Nam Viet, había determinado dar un escarmiento en su persona a todos los que estuviesen pensando en alzarse contra él.

Aquel fue un duro golpe para su hermana Trac, que era quien realmente dirigía la oposición al codicioso gobernante colonialista, que había incrementado los gravámenes sobre la sal y los productos de artesanía, así como sobre la pesca, acabando por arrastrar a la indigencia a la mayor parte de la población.

Las hermanas Trung a lomos de sendos elefantesNo había llegado aún el tot khloc o 'día del final de las lágrimas', que se celebraba a los cien días del fallecimiento, cuando Trac se arrancó el vestido de luto y le solicitó ayuda para vengar a su esposo y liberar a la gente de Nam Viet de las miserias que sufría. Nhi no dudó ni un instante en brindársela.

A partir de aquel momento, las dos hermanas Trung comenzaron a reclutar apoyos entre los nobles y los campesinos del país. No obstante, algunos jefes militares no veían claro ni la conveniencia de la revuelta, ni su liderazgo.

Entonces Trac se internó en la selva y se presentó horas más tarde enarbolando un estandarte con un lema proclamando el levantamiento contra los Han. Lo había escrito sobre la piel de un tigre que estaba atemorizando a la población desde hacía un tiempo, y que había abatido ella sola.

A las pocas semanas, en la impresionante bahía de Ha Long, más de 30.000 paisanos se pusieron a su disposición para expulsar de sus tierras a los opresores del norte. Entre ellos había gran cantidad de mujeres, muchas de las cuales ocuparon diversas posiciones de mando, como su propia madre y su tía, adiestradas por Trac.

Una tras otra fueron cayendo las ciudadelas, hasta un total de 65, incluida la legendaria fortaleza espiral  de Co Loa. Las dos hermanas Trung guiaban las huestes a lomos de sendos elefantes, lo que desorientaba y acobardaba a un tiempo a las fuerzas enemigas. Después de varios meses de lucha, el territorio de Nam Viet se vio libre de los compatriotas del malvado To Dinh, que escaparon a toda prisa.

Trac, a la que todo el mundo veneraba, adquirió la condición de Trung Vuong o 'reina Trung', quedando ella en una especie de corregencia compartida, en un segundo plano, como le había ocurrido a lo largo de toda su vida con su hermana mayor.

Guerreras de Nam Viet Habían transcurrido dos años de prosperidad, en los que se habían esforzado por abolir gran parte de los impuestos. Establecieron la capital en Me Linh, e implantaron una forma de gobierno más sencilla y acorde con los valores tradicionales de su patria. Nhi se sentía dichosa, aunque no plenamente. No había olvidado a Zhang, pero imaginaba que aquella revuelta había acabado por separarles de una forma definitiva.

Ambas intuían que Guangwu  no se quedaría con los brazos cruzados. La reacción no se hizo esperar. El emperador no podía consentir que una de sus provincias se le rebelase, y menos aún si al frente de la misma estaban un par de mujeres. Por tanto, decidió asignar el mando de la campaña de reconquista al veterano e indomable general Ma Yuan, su mano derecha, y quien le había ayudado a conseguir la unidad de todo el territorio.

Fubo Jiangjun, el 'general que calma las olas', se puso a la cabeza de un ejército de 8.000 experimentados soldados y otros 12.000 milicianos. No disponía de barcos suficientes para transportar tal contingente, por lo que tuvieron que bordear la costa para alcanzar el delta del río Rojo. Una ardua tarea que conllevaba abrir sendas, reparar puentes, construir caminos, vadear ríos… Evitaban de esta manera atravesar las montañas Sui, donde hubieran sido objeto de emboscadas,

Finalmente llegaron a Nam Viet, e instalaron un cuartel base. Trac era consciente de que la única oportunidad de vencerles era la de atacar por sorpresa su campamento, antes de que se aventurasen a asolar la región. Sin embargo, los nobles no les secundaron. No tenían la plena confianza de que unas tropas inexpertas, capitaneadas por ellas, fuesen capaz de repeler la invasión, y muchos optaron por no participar en el combate, en la esperanza de que el provecto general sería indulgente con ellos y no les destituiría de sus puestos, ni les cortaría la cabeza.

La incursión constituyó un completo fracaso, en parte como consecuencia de la falta de apoyo. Numerosos efectivos fueron capturados y decapitados en aquella batalla. Ellas consiguieron huir hasta alcanzar aquel bello promontorio desde el que podían divisar su patria perdida. A lo lejos, el humo de los fuegos avisaban del inexorable avance enemigo. Todo estaba perdido. Sabían, además, que no habría clemencia para las dos hermanas.

El sonido de los tambores de bronce Dong Son, se sentía cada vez más cerca. Los tambores eran un símbolo de poder de los líderes tribales del país de Lac, y habían marcado el ritmo de sus victorias hacía tan solo tres años. Ahora habían caído en manos del adversario.

Bahía de Ha LongSin mediar palabra, se ataron los pesados sacos a la cintura, y caminaron hasta el borde del acantilado. Por detrás, vieron en la distancia cómo se aproximaba una avanzadilla del ejército enemigo, entre los que marchaba un joven mercader, reconvertido en soldado, que nadie sabía por qué se había unido a aquella empresa.

A sus pies, el Hong Ha rugía por la crecida de los últimos días. Se abrazó a su hermana, y justo en el momento en que saltaban juntas precipitándose al caudaloso río, creyó oír cómo alguien gritaba su nombre.



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