Se suele producir una extraña asociación entre el verano y la ingestión de bebidas alcohólicas.
Con la llegada de los primeros calores, nos aprestamos a intentar calmar nuestra sed con cervezas, mojitos, tintos de verano, caipirinhas, sangrías, etc…
Craso error, ya que el alcohol no quita la sed, sino que al contrario, nos deja aún más deshidratados, ya que es un producto diurético, que hace que perdamos agua a través de la orina.
Y no solo perdemos agua. También desechamos minerales, lo cual nos puede producir calambres, mareos, fatigas, cansancio, náuseas y hasta cambios de carácter, y también aumenta las posibilidades de sufrir un golpe de calor.
Por otra parte, el alcohol influye en nuestro sueño, cambiando nuestro metabolismo de forma que interrumpe las fases REM de sueño profundo, necesarias para sentirnos descansados.
Además, en verano solemos realizar más viajes, especialmente en automóvil. Y todos conocemos los efectos del alcohol sobre la conducción: retrasa el tiempo de reacción, disminuye la percepción del riesgo, produce una descoordinación psicomotora y genera alteraciones sensoriales, especialmente en la visión.
En este sentido, podría pensarse que el problema de la conducción bajo los efectos del alcohol es un problema del mundo moderno. Pero no es así. Ya los antiguos egipcios se toparon con este problema.
Según una antigua inscripción, en el año 2.800 a.C. se arrestó a un conductor de carros que chocó contra una estatua de la diosa Athor, encontrándose que iba completamente ebrio.
Cualquiera podría pensar que tuvo suerte de que aún no se habían inventado la Guardia Civil de Tráfico, las multas ni los puntos del carnet. Nuevo error: fue condenado a morir colgado de la puerta del establecimiento que le había servido la cerveza.
Otro gallo le hubiera cantado si ya se hubiese inventado el vídeo musical, pues Stevie Wonder ya vivía por entonces…
Buen finde a todos!
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