El teatro es una de las artes escénicas más importantes del mundo. Por ello, los dramaturgos han gozado siempre de una extraordinaria fama. Todos conocemos a Esquilo, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Shakespeare, Tirso de Molina, Molière, Goethe, Bernard Shaw, Tennessee Williams, Dario Fo.
También han existido fantásticos intérpretes, aunque en su caso su fama apenas si sobrevive más allá de la generación que les vio actuar: Charles Chaplin, Orson Wells, Maurice Chevalier, o, a nivel más local, Fernando Rey, Emilio Gutiérrez Caba, Amparo Rivelles o Margarita Xirgu.
Aunque para que una obra de teatro se pueda representar, es necesaria la participación de otras muchas personas, que apenas si consiguen una pequeña reseña en el cartel de la obra: directores artísticos, escenógrafos, diseñadores de vestuario, actores de reparto, encargados de atrezzo, diseñadores de sonido, coreógrafos, guionistas, decoradores, promotores, peluqueros, maquilladores, regidores, etc.
Sin embargo, hay uno de estos oficios que condiciona e influye decisivamente en la impresión que nos llevaremos de la obra, y al que nunca veréis. Se trata de técnico de iluminación.
Él es quien dirige el cañón de luz que ilumina a los personajes principales de la escena. Dirigiendo los focos sobre el escenario, decide cuál debe ser nuestro centro de atención, y qué es secundario o accesorio, determinando por completo la percepción de la obra que tendremos, en función de la atmósfera creada por él.
Él guía nuestras miradas, y determina qué debe quedar fuera de las mismas. Porque lo que está fuera de los focos no existe. Así que él tiene todo el poder. Puede teñir la escena de rojo o de azul, puede poner tonos tenues o por el contrario intensificar la luz. Él lo decide todo, con el manejo de sus focos.
Y es que no hay nada más importante que un foco. Foco viene de la palabra latina focus, al igual que fuego, hogar, fogón, hogaza, fogoso, hoguera o fogonazo. Cuando la utilizaban los romanos pensaban más bien en la idea del hogar, de ese fuego alrededor del cual se desarrollaba la vida de la familia, y no tanto en la llama misma, en su concepto más físico, que denominaban ignis.
La palabra focus evolucionó fonéticamente hasta que se convirtió en la actual fuego. Y, haciendo honor a su nombre, su uso se extendió a numerosos campos, y se propagó por numerosas expresiones como ‘fuego cruzado’, ‘jugar con fuego’, sacar las castañas del fuego’, ‘a fuego lento’, ‘a sangre y fuego’, ‘atizar el fuego’, o ‘estar entre dos fuegos’, entre otros.
De tal forma que cuando en el siglo XIX se inventaron las lámparas eléctricas, dotadas de una luz muy potente y dirigida, fue necesario acudir al antiguo focus y extraer un cultismo del mismo: foco.
Enseguida surgió su sentido figurado como lugar en el que algo concentra su fuerza y desde el que se propaga, de tal forma que podemos encontrar focos de atención, focos de infección, focos de calor, focos culturales, focos acústicos, focos geométricos, focos de resistencia, focos de incendios, e incluso ‘focos’ monje.
Hoy en día, también en el teatro de la vida, tenemos unas personas ocultas en la oscuridad, que dirigen los focos informativos. Ellos deciden, de pronto, iluminar con su luz un caso de Ébola, un caso de corrupción, el último tifón, las consecuencias del último terremoto, los últimos escarceos de una guerra en el este de Europa.
Las miradas de todo el mundo se centran en el objeto del haz luminoso, que con el calor de la luz acaba por quemarse con suma facilidad y cada vez con mayor rapidez.
Y cuando se retiren los focos de él, dejará de existir para siempre, al igual que esos personajes secundarios que quedan fueran de la escena iluminada, o como los tramoyistas que van cambiando el decorado aprovechando dicha penumbra.
De esta forma han huido hacia el interior del escenario personajes como Bono, Camps, Chaves, Ecclestone, Bashar al Assad, Bárcenas...; conflictos como los de Ucrania, Libia, Corea del Norte, Sudán, Cuba, Venezuela...; o desastres y víctimas como las del tifón de Filipinas, los terremotos de Nicaragua, Chile o Lorca, los escapes de Fukushima o Chernobyl, y un largo etcétera. Se desvanecieron en las sombras, y nos quedamos sin saber sin aún existen, y lo que es peor, nos cabe la duda de si alguna vez existieron.
Actores principales y secundarios que tuvieron su minuto de gloria o de deshonor, y que desaparecieron por la voluntad del iluminador. Quizás algún día alguien se atreva a apuntar con un cañón de luz a este oscuro personaje, y le veamos la cara. Tengo curiosidad por saber quién es y cuáles son sus intenciones.
Mientras lo averiguo, pongo la mano en el fuego por que este va a ser un estupendo fin de semana. Sin duda. ¡Que lo disfrutéis!
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