A pesar de la crisis, también durante este verano hemos asistido a un nuevo baile de fichajes de deportistas: futbolistas, jugadores de baloncesto o de balonmano, pilotos de Fórmula 1 o de moto GP, entre otros, han cambiado de equipo o de escudería.
Miles de millones de euros, libras y dólares circulan alrededor de estos traspasos, en lo que para muchos constituye un auténtico escándalo.
Y ello sin contar con los sueldos que perciben todos estos profesionales. Retribuciones que se antojan inalcanzables para investigadores, catedráticos, magistrados, e incluso políticos. Entre todos ellos, varios jugadores de golf, de fútbol, de baloncesto, boxeadores y pilotos se disputan el honor de ser el deportista más opulento.
Floyd Mayweather, Manny Pacquiao, Leo Messi, Cristiano Ronaldo, Roger Federer, LeBron James, Kevin Durant, Phil Mickelson, Tiger Woods, Kobe Bryan, Rafa Nadal, Lewis Hamilton, Fernando Alonso, Sebastian Vettel, o Novak Djokovic se encuentran entre los deportistas mejor pagados del mundo en la actualidad.
Resulta inimaginable que el deportista mejor retribuido de todos los tiempos no se encuentre en esta selección. Y mucho menos que provenga de un tiempo en el que no existían los fabulosos contratos publicitarios de hoy en día.
Se trata de Cayo Apuleyo Diocles, un extraordinario auriga o agitator, esto es, un conductor de cuadrigas, que triunfó en la capital del Imperio. Nacido en el año 104 d.C. en Augusta Emerita, la actual Mérida, disputó sus primeras carreras en Roma a sus 18 años, y con 20 ya obtuvo su primera victoria en el circo romano, cuando gobernaba el emperador Adriano.
Las carreras de caballos y de carros eran uno de los espectáculos preferidos de los habitantes de Roma desde la propia creación de la ciudad. De hecho, el rapto de las sabinas, por el cual los fundadores secuestraron a las mujeres e hijas de los sabinos, un pueblo vecino, con la intención de echar raíces en aquel territorio, se produjo aprovechando una competición de carros organizada por Rómulo.
Las carreras fueron adquiriendo cada vez más importancia, y pronto se sustituyeron las gradas portátiles que se montaban entorno a la pista construida en el Circo Máximo por unas construcciones permanentes, en el siglo III a.C.
El circo no sólo servía para las pruebas de carros, sino para otros muchos espectáculos, que comenzaron a proliferar. De hecho, la ciudad de Roma llegó a tener hasta 15 circos, de mayor o menor capacidad.
El ‘panem et circenses’ era la apuesta segura de las autoridades para tener entretenida a la población y evitar que se revelara por sus míseras condiciones de vida. De esta forma, se llegaron a celebrar docenas de carreras a diario, consistentes en competiciones de 5 o 7 vueltas, en los que la entrada a los asientos del circo era gratuita para los plebeyos, mientras que los acaudalados patricios disponían de palcos a la sombra, previo pago.
Entre los aficionados más célebres se encontraba Nerón, el cual, además de presidir las carreras, sentía verdaderos deseos de participar en ellas. Pero su condición de emperador le impedía correr en Roma.
Así que tuvo la genial idea de acudir a los Juegos que se celebraban en Olimpia el año 67 d.C. Participó en un sinnúmero de competiciones de todo tipo: canto, tragedia, declamación, cítara, etc., venciendo en todas ellas.
Además, en las pruebas en las que no competía, los vencedores, como signo de admiración y pleitesía, tenían a bien regalarle las coronas de olivo obtenidas. De esta forma consiguió juntar 1.808 de ellas, figurando así como el competidor más laureado de la historia de los Juegos.
En la carrera de cuadrigas, Nerón compitió con un carro tirado por diez caballos, varios caballos más que el resto de participantes. Estos fueron retirándose conforme pasaban las vueltas, sin que nadie supiese nunca los motivos de dichos abandonos, hasta que quedó sólo Nerón en pista. Pero aún así derrapó en una curva y dio con sus huesos en el suelo.
Las asistencias del circuito le levantaron, y lo subieron nuevamente al carro. Pero, dadas las magulladuras que sufría, se vio incapaz de completar todas las vueltas al circuito. Así que los jueces, que tras aquella decisión fueron nombrados ciudadanos romanos y recompensados con creces, determinaron dar por concluida la prueba y darle por vencedor.
Sin duda fue una carrera muy leal, y en nada parecida a lo que solían ser este tipo de competiciones. Y es que por entonces el juego limpio no se premiaba, sino muy al contrario: los espectadores acudían al estadio para ver correr la sangre.
Ya en el siglo I d.C. existían varios equipos que podían contar hasta con tres carros en cada carrera, los cuales se ayudaban entre sí para estampar a sus rivales contra el muro central. Si a esto unimos la afición creciente por las apuestas, y que los equipos o ‘facciones’ fueron cobrando una determinada significación política, podemos entender que en las carreras más importantes se congregasen hasta 250.000 espectadores para presenciarlas, y que la actividad en Roma se paralizase por completo durante su celebración.
Los seguidores de cada facción se diferenciaban de los rivales por los colores que lucían en sus vestiduras, y había gran rivalidad entre ellos. Además, también por entonces las escuderías o facciones competían por contar entre sus filas con los aurigas más destacados.
Así que nuestro amigo Diocles, el Hispano, empezó compitiendo por la escudería blanca, pero conforme fue demostrando su valía como auriga, el resto de ‘facciones’ se disputaron el contar con él entre sus filas. Por ello, pronto pasó de la factio albata (que era la más modesta de todas) a uno de los equipos de nivel intermedio: la factio prasina (o equipo verde).
Y como siguió con su racha de victorias, finalmente consiguió fichar por la más prestigiosa de las escuderías, la factio russata o equipo rojo.
Parece que, a diferencia de Fernando Alonso, Diocles el Hispano sí pudo triunfar con el equipo rojo italiano, consagrándose como un fantástico auriga en el circo de Nerón, y convirtiéndose en un verdadero ídolo de masas en Roma. Con éste llegó a ganar hasta en 110 ocasiones en la carrera inaugural de los festejos, que era la más importante de las que se disputaban, y en la que el premio en metálico era superior.
Corrió un total de 4.257 carreras, y venció en 1.462 de ellas, una cifra que para sí quisieran Ángel Nieto o Michael Schumacher. Participó en carreras de carros tirados por un caballo, en carreras de bigas (carros de 2 caballos), trigas (de tres), cuadrigas (4), y de carros de hasta 6 y 7 caballos.
En ninguna de las categorías encontró un rival a su altura, durante los 24 años que estuvo en activo. Además, podemos decir que su carrera se prolongó más de lo habitual, ya que muchos aurigas morían frecuentemente víctimas de los accidentes que sufrían, debido a las frenéticas y espeluznantes maniobras que acometían los aurigas eran especialmente peligrosas tanto para los caballos como para los conductores.
En su prolija carrera ganó unos 35.863.120 sestercios en premios (el equivalente a 18.000 millones de euros), a los que hay que sumar los ingresos derivados de las apuestas y del merchandising de productos con su nombre o imagen: medallones, vasijas, camafeos... Dicha fortuna, en comparación, era muy superior a las que acumulan los ídolos actuales.
No queda claro si participaba también de las ventajas e inconvenientes que la fama ocasiona a las figuras de hoy en día. En realidad, Diocles llevó una vida bastante ordenada: se casó, formó una familia con dos hijos, y vivió retirado de la pompa y boato de la capital, en una villa rural en Palestrina.
Pero lo que sí resulta evidente es que la práctica del binomio ‘panem et circenses’ para las masas, que inventó el poeta romano Juvenal, sigue funcionando como hace 2.000 años. Los gobernantes siguen proporcionando alimento barato y entretenimiento vulgar a sus pueblos, en forma de fútbol, toros, conciertos, concursos e incluso elecciones, con el fin de distraer la atención de su corrupción, su incapacidad, sus riquezas y lujos. Y funciona.
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Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarVaya que si funciona.... curioso paralelismo.
EliminarY aunque somos conscientes de ello, es muy difícil de combatir.
EliminarSaludos, Félix.