La capacidad de abstracción y de generalización es la herramienta intelectual principal y definitoria del ser humano.
Gracias al uso de la razón, conseguimos extraer de nuestra experiencia una idea de cómo funciona el mundo en términos generales, prescindiendo de excepciones y detalles particulares.
Sabemos que en verano suele hacer calor, que en Alemania fabrican coches fiables, o que a los ingleses les gusta más el té que el café, por regla general. Esto es lo más común, lo habitual, lo frecuente, y nos sirve para enfrentarnos a nuevas experiencias con las mejores garantías.
El problema es que a menudo caemos en distintas falacias. Tendemos a generalizar de forma poco rigurosa, a partir de un número escaso de experiencias, precipitándonos en nuestras conclusiones sin saber si nuestra muestra puede ser insuficiente o poco representativa. También extraemos conclusiones más allá de lo que los datos permiten, o establecemos relaciones no contrastadas entre causas y efectos.
Así que, si no somos cuidadosos en nuestros análisis, podemos pasar fácilmente de la generalización al estereotipo. Éste se corresponde con una percepción exagerada y simplificada, que tenemos sobre una persona o grupo de personas que comparten ciertas características, cualidades y habilidades, y que se aplica de forma indiscriminada a todas las personas pertenecientes a dicho colectivo, nacionalidad, profesión, etnia, sexo, etc.
De esta manera, todos nosotros somos capaces de emitir un adjetivo calificativo para cada uno de los colectivos siguientes: funcionarios, gallegos, políticos, vascos, rubias, catalanes, científicos, maestros, extremeños, militares, bancarios, andaluces... (aquí no se salva nadie). Dicho adjetivo lo asumimos como característica fundamental del carácter de los individuos de estos grupos.
Por regla general, estos estereotipos no suelen ser amables o neutros, sino que en muchos casos sirven para caricaturizar al adversario, adoptando un carácter ofensivo, hostil o despectivo.
En este sentido, los habitantes del pueblo de Lepe son de los peores parados. Lepe es una localidad onubense, con una economía boyante basada especialmente en el cultivo en invernaderos, que la lleva a ser considerada la capital española de la fresa, y en el turismo, porque goza de unas extraordinarias playas.
Sin embargo, no se sabe muy bien por qué motivo, desde hace un tiempo sus parroquianos son víctimas de un tipo concreto de chistes en los que se les describe como gente poco formada, torpe y necia, lo cual no se ajusta de ningún modo a la realidad.
Así, por ejemplo, hace poco tiempo era usual escuchar la frase ‘saber más que Lepe’, con el significado de que alguien era muy perspicaz y listo. Hay quien sostiene que este dicho no hacía referencia a la localidad, sino más bien a Don Pedro de Lepe y Dorantes, nacido en Sanlúcar de Barrameda en 1641.
Este personaje escribió el ‘Catecismo católico’, una obra en la que resolvía todas y cada una de las dudas sobre la religión que se pudieran plantear. De ahí la fama que se ganó el distinguido prelado, que solo tenía en común su apellido con la localidad en cuestión.
Aunque Don Pedro no fuera de Lepe, esta villa, como casi todas las localidades, también tiene numerosos personajes ilustres que sí nacieron o vivieron en ella. Pero, a diferencia del resto de poblaciones, Lepe puede presumir de contar entre sus paisanos con todo un rey de Inglaterra, que lo fue, además, por mérito propio, y no por herencia de sangre.
Se trata de Juan de Lepe, un marinero avispado y bromista que en uno de sus viajes llegó hasta Inglaterra. Allí, con la gracia innata de los nativos de Lepe, le fue fácil encontrar empleo como bufón, instalándose en la corte. Poco a poco fue ganándose la confianza del rey Enrique VII, que le nombró su confidente.
Parece ser que trabaron una buena amistad, pasando horas enteras tomando cervezas y jugando a las cartas o al ajedrez. En una de sus partidas, el rey se jugó su trono y sus rentas por un día, y perdió. Y así, se organizó una gran fiesta para celebrar el nombramiento como rey de ‘The little King of England’, que es como se le denomina a Juan de Lepe en los libros de Historia.
Juan aprovechó bien su día de gloria para atesorar todo el dinero que pudo, y tras la muerte de Enrique VII, se apresuró en volver a su tierra, donde disfrutó de una plácida y holgada vida al lado de sus conciudadanos leperos, en aquellos tiempos en los que aún no se habían inventado los chistes...
Espero que paséis un estupendo fin de semana en el que la fortuna os sonría como a Juan de Lepe. ¡Y no os dejéis llevar por las apariencias!
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