Este verano se han prodigado por toda nuestra geografía los festivales de música indie. Aunque puede parecer que esta palabra indica que los cantantes provienen de las Indias Orientales u Occidentales, o bien que a los asistentes les gusta sobremanera hacer el ‘indio’, en realidad el término hace referencia al concepto de música ‘independiente’, que se mueve fuera de las grandes compañías discográficas y de los medios de comunicación de masas.
De esta manera, las playas se llenan de escenarios portátiles, en los que grupos de música famosos y no tan famosos tocan ante multitudes de seguidores, vestidos apenas con un bañador o bikini, y dando saltos al compás de las canciones.
Y es que al ser humano le gusta mucho dar saltos. A veces saltamos de alegría, aunque otras estamos a la que salta, se nos saltan las lágrimas, se nos salta el corazón, saltamos a la palestra o a la fama, saltamos de la cama, saltamos de un tema a otro, saltamos a ciegas o al vacío, nos saltamos las normas o las clases, o vivimos a salto de mata, mientras que a nuestro alrededor salta la alarma o la sorpresa, y saltan chispas antes de que salte todos por los aires.
En todo caso, salta a la vista que la especie humana no está especialmente dotada para saltar, salvo honrosas excepciones, como los participantes de las pruebas de salto de altura, salto con pértiga, salto de longitud y triple salto, o los que practican los saltos de esquí o los saltos de trampolín o de palanca, o los que prefieren realizar el salto del ángel, el salto mortal o el salto del tigre...
La mayor parte de los animales saltan mucho mejor que nosotros: canguros, impalas, ardillas, ranas, caballos, saltamontes, delfines y todos los felinos. Así que no es extraño que cuando vamos a realizar un gran salto nos encomendemos a todos los santos para realizarlo, e intentemos armarnos de valor para acometerlo de manera exitosa. Y no hay mejor forma, en estos casos, que la de invocar a Gerónimo.
Gerónimo es probablemente el jefe indio (esta vez sí) más famoso de todos los tiempos. Su nombre real era Gojlaye, que significa ‘el que bosteza’, dado que de pequeño mostraba una cierta indolencia de carácter. Pero en cuanto creció, desapareció dicho rasgo, ya que él solito tuvo en jaque durante varias décadas a los ejércitos de México (en venganza por el asesinato de su mujer y sus tres hijos) y al de los Estados Unidos (en rebeldía por la decisión de confinar a su pueblo apache en reservas áridas y sin recursos).
Tras numerosas enfrentamientos, persecuciones, capturas y huidas, finalmente decidió rendirse ante la evidencia, y convertirse en un ciudadano ejemplar, participando en desfiles y exposiciones, como la universal de St. Louis.
Además, tenía una mente abierta para adaptarse a las comodidades del mundo moderno, como lo atestigua una foto del año 1905, tomada en un rancho de Oklahoma, en el que este mito posa montado en un Cadillac (aunque hay quien sostiene que se trata de un Locomobile Modelo C), minutos después de haber abatido a un búfalo con sus flechas.
No es de extrañar, por tanto, que este personaje que mantuvo su carácter orgulloso e independiente hasta su último aliento fuese tomado como ejemplo de valor por los paracaidistas estadounidenses del regimiento 501, que tuvieron la ocurrencia de gritar su nombre antes de saltar desde el avión, allá por el año 1940, tras haber estado viendo una película que trataba sobre este extraordinario guerrero apache.
Murió en 1909 a los 80 años, aunque dicen que su espíritu aún nos acompaña. Pocos años después de su muerte, su tumba fue profanada y su calavera fue robada por un grupo de gamberros entre los que, al parecer, figuraba el abuelo del presidente Bush, y ahora está expuesta en un museo. Además, la misión que llevaron a cabo los marines norteamericanos para capturar vivo o muerto a Bin Laden, recibió el nombre en clave de Gerónimo. Por todo ello, su espíritu sigue vagando por este mundo, y parece ser que de bastante mal humor, hasta que sus descendientes puedan realizar el rito sagrado de su entierro en su tierra natal en Nuevo México.
Espero que este fin de semana, que de un salto nos sitúa en el comienzo del curso escolar, nos asalte con un montón de estupendas sensaciones y ningún sobresalto.
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