Vivimos en un mundo sin héroes.
Contamos con pequeños héroes cotidianos, de los que dedican su tiempo a salvar vidas o ayudar a los demás, e incluso aquellos de forma ocasional realizan un acto de valentía.
Cada día numerosos bomberos, médicos, voluntarios, científicos, equipos de rescate, ponen en riesgo su vida para luchar contra los numerosos peligros que nos acechan.
Cada día numerosos bomberos, médicos, voluntarios, científicos, equipos de rescate, ponen en riesgo su vida para luchar contra los numerosos peligros que nos acechan.
Pero difícilmente sus hazañas tendrán un seguimiento mediático, sino que, muy al contrario, pasarán desapercibidas ante la mayor parte de la población.
En su lugar, la parrilla informativa se cubrirá con los goles imposibles de un futbolista, con la salida de la cárcel de una tonadillera convicta, o con el indulto del enésimo político corrupto.
Hemos sustituido a los héroes originales por estos nuevos semihéroes, que adolecen de gran parte de las aptitudes que debe poseer alguien que se tenga por tal. En los héroes tradicionales se encarnaban las virtudes, valores e ideales compartidos de nuestra sociedad, variables en función de cada momento de la historia.
Es decir, personas dispuestas a su sacrificio individual con el fin de lograr una causa justa, y que tenían el valor de enfrentarse ellas solas a un imperio, un sistema, una civilización; de cambiar el curso de la historia con sus acciones y hazañas.
Hablamos, por ejemplo, de Espartaco, el gladiador que se enfrentó al imperio romano, y que estuvo a punto de conquistar la capital al frente de un ejército de esclavos. O de Mahatma Gandhi, quien con sus huelgas de hambre y su resistencia pacífica se opuso al colonialismo británico de la India.
Tenemos en mente a Martin Luther King, o a Nelson Mandela, abanderados de la lucha contra la segregación racial y el appartheid. O Giordano Bruno, luchando contra la Inquisición hasta morir en la hoguera por defender su teoría cosmológica según la cual el sol era una simple estrella más, entorno a la cual gira la Tierra.
Y no nos olvidamos de otros, reales o de ficción, como Juana de Arco, Robin Hood, el Quijote, Malcolm X, Hércules... Unos consiguieron su objetivo, y otros tuvieron un triste final. Pero todos ellos, con el tiempo, alcanzaron la fama y el respeto, ya que sus pequeñas victorias significaron a la larga grandes pasos para la humanidad.
Justo hoy, 5 de junio, hace 26 años que tuvo lugar el alumbramiento del último héroe. A diferencia del resto, se trata de un héroe anónimo, que surgió de la nada, y que a ella regresó, pero con una transcendencia notable.
Desde principios de mayo, en la plaza de Tiananmen se habían ido congregando numerosos descontentos con el régimen. Unos de ellos por su falta de apertura, y otros de ellos por considerar excesivas las reformas emprendidas.
El caso es que la plaza más grande del mundo, construida a imagen y semejanza de la Plaza Roja de Moscú para la celebración de multitudinarios desfiles en conmemoración del régimen comunista, estaba ocupada por unos cien mil manifestantes, y el gobierno comenzaba a ponerse nervioso con la situación.
No sabían si negociar con los opositores o si desalojarlos por la fuerza. Finalmente se impuso la segunda opción, y decidieron enviar al ejército a la plaza. Los manifestantes, a la vista de la inminente llegada de las tropas, y para evitar el derramamiento de sangre, optaron por abandonar la misma el 4 de junio.
El día 5 se había restablecido la normalidad en la plaza, pero no así en las calles adyacentes, en las que se intensificaban los disturbios, por lo que las tropas comenzaron a trasladarse a estos puntos calientes.
Y en este escenario tan inmenso surgió él, diminuto, con un par de bolsas de la compra en sus manos, y se plantó delante de los tanques que avanzaban para contener la revuelta.
Su imagen recorrió el mundo entero, deteniendo el avance de los carros, sólo contra un ejército, contra un sistema, contra toda una revolución. Sin armas, asistido únicamente por la fuerza de su convicción, de sus ideas, de su libertad.
La escena apenas si duró un par de minutos, muy tensos, en los que no se sabía qué iba a ocurrir. Finalmente, un par de personas le apartaron de delante de los blindados.
No se supo nada más de él. Algunos sostienen que quienes le apartaron eran dos agentes secretos, que se lo llevaron preso, y que le fusilaron días o meses más tarde.
Otros dicen que fueron unos estudiantes, que lo camuflaron entre la multitud, y que desde entonces lleva una vida anónima, o que incluso huyó a la vecina Taiwán.
El caso es que esta breve anécdota sirvió para que medio mundo tomase verdadera conciencia de lo que ocurría en China. Durante un tiempo las potencias occidentales aprobaron una serie de boicots y medidas contra el país asiático, aunque más bien de cara a la galería, porque en cuanto el foco de atención se desvió hacia otro punto, las sanciones se diluyeron.
Hoy en día, casi ninguno de sus conciudadanos conoce quién fue este personaje, denominado el hombre del tanque. Debido a la censura del régimen, incluso las imágenes en las que se han sustituido los tanques por unos enormes patos amarillos han sido borradas de sus redes.
Confiemos en que, algún día, los ciudadanos de todo el mundo recuperarán la libertad de expresión, y nuestro amigo podrá ocupar el lugar que le corresponde al lado del resto de héroes, especialmente en su país.
Y si os gustó la historia, puedes difundirla a través de cualquiera de las redes que te propongo a continuación:
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